sábado, 30 de mayo de 2009

Quislings (Parte II)

Así encontramos al primero. Era un hombre adulto, en los treinta y tantos; iba sucio, aturdido, arrastrando los pies por la acera, así que creíamos que estaba en shock, hasta que mordió a uno de nuestros chicos en el brazo. Fueron unos segundos horribles; abatí al quisling de un tiro en la cabeza y me volví hacia mi compañero. Estava hecho un ovillo en la acera, soltando palabrotas, llorando, mirando la herida del brazo; aquello era una sentencia de muerte, y é lo sabía. Estaba listo para hacerlo él mismo, cuando descubrimos que el tipo al que acababa de disparar segía caliente. Tendría que haber visto cómo perdió los nervios mi compañero, porque no todos los días te llega un indulto divino. Irónicamente, estuvo a punto de morir de todos modos, porque aquel cabrón tenía tantas bacterias en la boca que le provovó una infección de estafilococos casi letal.
Creíamos haber descubierto algo nuevo, pero resultó que llevaba pasando algún tiempo. El Centro de Control de Enfermedades estaba a punto de hacerlo público, incluso enviaron a un experto de Oakland para informarnos sobre qué hacer si nos encontrábamos con otros. Era alucinante; ¿sabía que por eso algunas personas se habían creído inmunes? ¿Por los Quislings? También eran los culpables de que se pusieran tan de moda todas aquellas medicinas de mierda. Piénselo; alguien que está tomando Phalanx recibe un mordisco y sobrevive. ¿Qué otra cosa va a pensar? Seguramente no sabía que existían los quislings. Son tan hostiles como los zombies de verdad y, en algunos casos, incluso más peligrosos.

¿Por qué?

Bueno, n primer lugar, no se congelan. Es decir, sí, se congelarían si estuviesen expuestos mucho tiempo, pero, con un frío moderado, si llevan ropa de invierno puesta, no les pasa nada. También se hacen más fuertes al comerse a la gente, no como los zombis. Se pueden conservar mucho tiempo.

Pero tambien era más fácil matarlos.

Sí y no. No tenías que darles en la cabeza, podías apuntar a los pulmones, el corazon, cualquier parte, y, al final, se morían desangrados. Sin embargo, si no los detenías de un disparo, seguían atraparte hasta que morían.

¿No sentían dolor?

Joder, no. Es todo eso del poder de la mente sobre la materia, de estar concentrado que eres capaz de suprimir lo que se transmite al cerebro y todo eso. Debería hablarlo con un experto.

Continúe, por favor.

Vale, bueno, por eso nunca podíamos convencerlos para que se detuviesen: no quedaba nadie con quien hablar. Aquellas personas eran zombis, quizá no físicamente, pero, mentalmente, no había diferencia.

Fragmento de Guerra Mundial Z, Max Brooks
Pág. 216, 217 y 218

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